Esto es por lo que tocamos

Imaginar la escena de una sesión de música tradicional irlandesa en un momento cualquiera de los últimos doscientos años no es algo complicado. Tan solo se necesita haber visto alguna película, un documental, o haber visitado unos pocos bares en Irlanda. Pueden haber cambiado los tiempos, las personas, los medios y hasta las ideas, pero lo que no ha cambiado es la decoración y la música.

Para situar nuestra escena necesitaremos un lugar, por ejemplo, un pub irlandés de los muchos que hay repartidos por todo el mundo. Necesitaremos también unos personajes. En medio de una maraña de gente que se agolpa bulliciosa sobre el suelo de madera del sitio encontramos una mesa repleta de vasos de cerveza a medio terminar, ocupada por un par de abueletes que tocan el violín y el acordeón, una chica joven que toca la flauta, y otros dos hombres más de mediana edad que los acompañan a la guitarra y al bodhrán. El ambiente en el pub es animado, la gente bebe, departe, sonríe, y entre la ruidosa algarada de los asistentes se eleva el sonido de los instrumentos que interpretan unas melodías sencillas y alegres.

Pero detengámonos un momento y observemos bien la escena, veamos que es lo que ha traído hasta aquí a estos curiosos protagonistas:

La música ha sido compañera inseparable del ser humano desde que este empezara a andar a dos patas y a hacer grafitis en las cavernas. Le ha servido como vehículo de transmisión del conocimiento, como arma de guerra y como entretenimiento, pero por encima de todo le ha servido para reconocerse a si mismo, porque la música de los pueblos, las canciones que las madres cantan a sus hijos, las que se interpretan para despedir a los que nos dejan, y las que se tocan los días que hay algo que celebrar, son y serán siempre una parte inherente de nuestra identidad, de lo que significamos, y de lo que somos.

Se me ocurren pocos regalos más bonitos que el de poner un instrumento en las manos de un niño, cuando hacemos eso no estamos dándole un simple juguete más, le damos la mayor parte de la herencia que le corresponde como el siguiente miembro de una estirpe inacabable. Le damos la oportunidad de formar parte de algo que es mucho más grande que él, y la posibilidad de desarrollar su libertad a través de un arte que con el tiempo, aprenderá a amar casi tanto como a si mismo.

Porque el amor a la música y a lo que esta representa es la mayor, y probablemente la única motivación que llevó a los músicos que dificultosamente intentan oirse unos a otros en ese abarrotado pub, a tomar un instrumento en sus manos e iniciar el duro, laborioso, y lento camino de aprender a tocarlo. Si alguno de ellos buscara la fama, el dinero y el reconocimiento en el mundo de la música no estaría allí. Estaría haciendo castings para programas de televisión, aporreando la puerta de poderosas compañías discográficas, o negociando con el dueño de algún garito el precio de una actuación. Pero no hacen eso, no buscan el aplauso de los demás, ni la visión elevada del público que puede tenerse desde un escenario. Tan solo se buscan los unos a los otros, comparten melodías antiguas, ritmos y vivencias. Comparten la vida que todos ellos han interiorizado a través de un puñado de partituras que en el momento de hacer sonar la música sirven como puente entre lo más profundo de cada uno.

Esta gente entre la que podemos ver grupos formados por abuelos, niños, adolescentes, hombres y mujeres de toda clase, condición y procedencia, tiene claro que la música es en si misma un motivo de celebración. Por eso en Irlanda todo el mundo sabe que cuando se les necesita para amenizar una fiesta, para un acto benéfico, o simplemente para devolver la sonrisa a los transeúntes cuando espontáneamente se forma una improvisada sesión en la calle. Ellos estarán allí, y estarán allí porque aman lo que hacen, y porque no buscan a través de ello nada más que la felicidad que la música les da, y que regalan a todo aquel que les oye. Para ellos si la música no es la solución, al menos es el consuelo.

Por eso los músicos de nuestra escena siguen aún allí, tocando hasta altas horas de la madrugada, sin que muchas veces nadie repare en ellos o les diga lo tremendamente buenos que son, por eso tocan. Tocan porque creen que otro mundo es todavía posible, tocan por todos aquellos que les precedieron, tocan porque lo hacen para los que tienen a su lado, tocan, porque tocar les hace libres.

*Video cortesía de la asociación de vecinos ciudad monumental de Cáceres

Dejanos tu opinión