Como ya sabréis, el Fleadh (pronunciado «Flá» o algo así) tuvo lugar la semana pasada en una pequeña localidad entre Belfast y Dublín llamada Drogheda. En él se reunieron músicos de todas las partes del mundo para disfrutar de la música tradicional Irlandesa y yo, viviendo en Belfast, no podía dejar escapar la oportunidad. Así que el sábado por la mañana, prontico, empaqué la flauta y me subí a un tren en dirección Drogheda.
Ya en el tren se notaba un ambiente especial, muchas fundas de instrumentos, mucha gente hablando de música Irlandesa y alguna que otra cerveza rulando a eso de las 9 de la mañana. Viendo el ambiente, un colega decidió sacar el violín y ponerse a tocar y como no podía ser menos, le tuve que acompañar.
La improvisada sesión a la que se nos fueron uniendo más músicos duró hasta que llegamos a Drogheda, dónde, nada más bajar del tren, ya había gente tocando.
Una vez en el pueblo y a pesar de lo pronto que llegamos, quedamos sorprendidos por la cantidad de gente que había tocando en la calle. No miento si digo que había músicos en improvisadas sesiones cada 10 metros. Músicos de todas las edades y procedencias se juntaban de forma esporádica a tocar un puñado de sets en cualquier lugar que cuadrara.


Entre todas estas sesiones improvisadas también había algunas organizadas por el festival, un gaitero ciego en Saint Laurence’s Gate (del que no tengo documento gráfico pero que era impresionante) o este grupo de jóvenes promesas de la danza irlandesa.
Y entre conciertos, sesiones y cervezas transcurrió el resto del día. Al menos, ocho horas tocando y otras cuatro escuchando y disfrutando. Ya en el tren de regreso, tuvimos la suerte de coincidir con la campeona de danza del All Ireland y claro, ya os imagináis que pasó. Otra vez a sacar los instrumentos y a montar un poco de jaleo en el tren.
Llegamos a Belfast exhaustos pero la verdad, la experiencia merece la pena. No cabe ninguna duda, el año que viene, vuelvo.